martes, 15 de diciembre de 2009

La fórmula preferida del profesor – Yoko Ogawa

Un libro en las largas estanterías de la biblioteca, apartado, a un lado, en horizontal, me acerco de inmediato y le echo un vistazo. Esa portada con aires antiguos, esa forma rectangular casi cuadrada, podría confundirse con un cuento. Lo escribe una mujer japonesa. No lo dudo ni una décima de segundo, me lo llevo.

Pues una vez finalizado quiero agradecer a esa mano que lo descolocó o que lo quiso hacer visible en esa esquina. Yo desconocía por completo a la autora y lo único que puedo expresar es lo mucho que me ha gustado.

Trabaja como asistenta y así conocerá a un profesor de matemáticas jubilado que padece amnesia como consecuencia de un accidente. Cada mañana le hace las mismas preguntas y su memoria solamente abarca tramos de 80 minutos. Sujetas a la roída americana lleva notas con todo aquello imprescindible, que no ha de olvidar.

Unos días después de acudir regularmente al pabellón como asistenta, me di cuenta de que el profesor cuando estaba confuso, sin saber qué decir, tenía la manía de hablar con números en lugar de palabras. Era la manera que había ingeniado para comunicarse con los demás. Los números eran la mano derecha que extendía para estrechar la del prójimo y, al mismo tiempo, un abrigo para resguardarse de sí mismo.

Su memoria estaba parada en 1975, pero yo no podía comprender que entendía él, por ejemplo por la tarde anterior, o si podía pensar en el día siguiente, o hasta qué punto aquella minusvalía le hacía sufrir.

Cada mañana al despertarse y vestirse, le sentenciaban la enfermedad que padecía a través de las notas escritas por él mismo. Le obligaban a enterarse que el sueño que había tenido no era el de la noche anterior, sino el de la última noche que podía recordar, hace muchos años. Lo anonadaba el hecho de saber que su yo del día anterior había caído en el abismo del tiempo, del que no podrí recuperarse nunca más.

Posee unas habilidades extraordinarias con los números, es capaz de hablar al revés o encontrar primero el lucero en el cielo del atardecer, antes de que resulte visible para los demás.

Atesora cromos de béisbol en una lata de galletas. Siente una gran admiración por un jugador, pero jamás ha visto un partido, ni tan siquiera ha escuchado una retransmisión por la radio. En esa misma caja guarda su tesis doctoral y una fotografía en blanco y negro con una hermosa dedicatoria.



HACE UN AÑO: Bella / Un gran día para ellas

4 comentarios:

xalons dijo...

Compré este libro hace más de un año, por cierto lo hice en la libreria "La buena vida" que es de un hermano de David y Fernando Trueba. Por unas cosas u otras no he empezado a leerlo. Lo tengo en Galicia y ahora que voy en Navidades igual aprovechó para empezarlo.

Como todavía no lo he leído, he ojeado tu post en diagonal (sin leerlo entero) pero me parece que cuentas más el argumento que otra cosa y no das tu opinión. A ver, aclarame una cosa: ¿te ha gustado o no?

Saludos

Conciencia Personal dijo...

Querida amiga:

Al igual que tú desconozco a la autora, sin embargo el hecho que te gustó, es suficiente para tratar de conseguirlo en mi país, sé de tu exquisito gusto por la literatura y gracias por compartirlo.

Abrazos invernales, Monique.

LU dijo...

Xalons, es que leer en diagonal tiene esos riesgos… Me ha encantado, por la forma en que retrata a los personajes: una mujer, su hijo y el profesor, la relación que se establece entre ellos. Las matemáticas como modo de expresión y tabla a la que aferrarse en el naufragio. La amnesia, la ternura y la comprensión. El deporte como algo más que un simple negocio. Maravilloso.

Ya me dirás qué te parece.

LU dijo...

Monique, creo que te puede gustar tanto como a mí.

Estoy pasando por un momento excelente en cuanto a libros.

Biquiños